DECLARACION DEL OBISPO JOHN SHELBY - Iglesia Episcopal


¡UN MANIFIESTO! ¡HA LLEGADO LA HORA!
John Shelby
Obispo emérito de la Diócesis de Newark, Iglesia Episcopal

Octubre 14 de 2009.
He tomado una decisión. Ya no voy a debatir sobre la cuestión de la homosexualidad en la Iglesia con nadie. Ya no voy a entablar combate con la ignorancia bíblica que emana de tantos cristianos de ala derecha, sobre cómo la Biblia condena la homosexualidad, como si ese punto de vista tuviese alguna credibilidad. Ya no voy a discutir con ellos ni a escucharles decirme que la homosexualidad es “una abominación para Dios”, que la homosexualidad es un “estilo de vida elegido”, ni que a través de la oración y “el consejo espiritual” las personas homosexuales pueden “curarse”. Esos argumentos no merecen más mi tiempo o energía. Ya no voy a dignificarlos escuchando los pensamientos de aquellos que defienden la “terapia reparativa” como si las personas homosexuales estuvieran de alguna forma rotas o necesitasen ser reparadas. Ya no voy a discutir con aquellos que creen que la unidad de la Iglesia puede o debe alcanzase rechazando la presencia o, al menos, a expensas de las personas gays y lesbianas. Ya no voy a tomarme el tiempo de refutar las incultas e indocumentadas pretensiones de ciertos líderes cristianos mundiales que llaman a la homosexualidad “desviación”. Ya no voy a escuchar ese pío sentimentalismo que ciertos líderes cristianos continúan empleando, que sugiere alguna versión de esa extraña y abiertamente insincera frase de que “amamos al pecador, pero odiamos el pecado”. Esa afirmación, según he concluido, no es más que un autoengaño destinado a encubrir el hecho de que esas personas odian a las personas homosexuales y temen la homosexualidad en sí misma, pero que de algún modo saben que el odio es incompatible con el Cristo que ellos declaran confesar, de forma que adoptan esta afirmación absolutamente falsa y que pretende salvarles la cara. Ya no voy a templar mi comprensión de la verdad, en orden a simular que tengo el más mínimo respeto por la terrible negatividad que continúa emanando de círculos religiosos, en los que la Iglesia, durante siglos, ha perfumado por conveniencia sus prejuicios en curso contra negros, judíos, mujeres y personas homosexuales, con lo que se presume que es “pía retórica biensonante”. Para mí, el tiempo de esa mentalidad simplemente ha llegado a su fin. Personalmente, ni lo voy a tolerar ni le voy a prestar atención nunca más. El mundo ha avanzado, dejando esos elementos de la Iglesia Cristiana que no pueden ajustarse a un nuevo conocimiento o a una nueva conciencia, perdidos en el mar de su propia irrelevancia. Ya no van a discutir con nadie salvo consigo mismos. Ya no voy a intentar frenar el testimonio de inclusividad simulando que hay un término medio en el prejuicio y la opresión. No lo hay. Justicia demorada es justicia denegada. Ese no puede volver a ser un área de descanso para nadie. Una vieja canción sobre derechos civiles proclamaba que la única elección que aguarda a aquellos que no se pueden ajustar a una nueva comprensión era “sigue rodando o rodaremos sobre ti”. El tiempo no espera a nadie.
Particularmente ignoraré a aquellos miembros de mi propia Iglesia Episcopal que pretender romper este cuerpo para formar una “nueva Iglesia”, proclamando que este nuevo e intolerante instrumento representa ahora en solitario a la Comunión Anglicana. Dicho nuevo cuerpo eclesial está diseñado para permitir a estos patéticos seres humanos, que están tan profundamente encerrados dentro de un mundo que ya no existe, formar una comunidad en la que continúen odiando a las personas gays, deformando a las personas gays con su retórica carente de esperanza, y para ser parte de una comunidad religiosa, en la que pueden seguir sintiéndose justificados en sus prejuicios homofóbicos durante el resto de sus torturadas vidas. La unidad de la Iglesia no puede ser una virtud que se preserve permitiendo la injusticia, la opresión y la tiranía psicológica para seguir incuestionados.
En mi vida personal, ya no voy a escuchar debates televisados producidos por “bienintencionados” canales que pretender dar a “ambas partes” de esta cuestión “igual tiempo”. Soy consciente de que esos canales no volverían a dar igual tiempo a los defensores de tratar a las mujeres como si fueran una propiedad del hombre o a los defensores de la reinstauración de la segregación o la esclavitud, a pesar del hecho de que cuando esas malvadas instituciones estaban llegando a su fin, la Biblia todavía era frecuentemente citada en cada uno de esos temas. Es hora de que los medios anuncien que ya no hay dos lados en la cuestión de la plena humanidad para las personas gays y lesbianas. No hay forma de que la justicia para las personas homosexuales pueda ser comprometida nunca más.
Ya no voy a actuar como si el ministerio papal debiera ser respetado aunque su actual ocupante no desee, o no sea capaz, de informarse e instruirse sobre cuestiones públicas de las que se atreve a hablar con embarazosa ineptitud. No volveré a ser respetuoso con el Arzobispo de Canterbury, quien parece creer que el comportamiento brusco, la intolerancia e incluso los prejuicios asesinos son de alguna forma aceptables, en tanto que vienen de líderes religiosos del tercer mundo, quienes más que nada revelan en ellos mismos el precio que la opresión colonial ha impuesto en las mentes y los corazones de tanta población de nuestro mundo. No veo la manera de cómo la ignorancia y la verdad pueden ser situadas una junto a otra, ni creo que el mal sea de alguna manera menos mal si se cita la Biblia para justificarlo. Rechazaré como indignas de mi menor atención las salvajes, falsas y desinformadas opiniones de pretendidos líderes religiosos como Pat Robertson, James Dobson, Jerry Falwell, Jimmy Swaggart, Albert Mohler y Robert Duncan. Tanto mi país como mi Iglesia han perdido ya demasiado tiempo, energía y dinero tratando de acomodar esos retrógrados puntos de vista, cuando no son por más tiempo ni siquiera tolerables.
Hago estas declaraciones porque es tiempo de avanzar. La batalla ha terminado. La victoria ha sido alcanzada. No hay ninguna duda razonable de cuál será el resultado final de esta lucha. Las personas homosexuales serán aceptadas como seres humanos iguales y plenos, que reclaman legítimamente cada derecho que tanto la Iglesia como la sociedad deben ofrecernos a cualquiera de nosotros. Los matrimonios homosexuales llegarán a ser legales, reconocidos por el estado y bendecidos por la Iglesia. “No preguntes, no lo cuentes” será desmantelada como política de nuestras fuerzas armadas. Aprenderemos y debemos aprender que la igualdad de ciudadanía no es algo que deba ser sometido nunca a referéndum. La igualdad ante la ley es una solemne promesa expresa en la misma Constitución, para todos nuestros ciudadanos. ¿Puede alguno de nosotros imaginar hacer un referéndum público sobre si la esclavitud debería continuar, si la segregación debería ser desmantelada, o si el derecho de voto debería ser ofrecido a las mujeres? Ha llegado la hora de que los políticos dejen de esconderse detrás de las leyes injustas que ellos mismos ayudaron a promulgar, y de que abandonen ese escudo de conveniencia de demandar una votación sobre los derechos de plena ciudadanía, porque ellos no entiendan la diferencia entre una democracia constitucional, la que este país tiene, y una “turbacracia”, que este país rechazó cuando adoptó su constitución. Nosotros no sometemos a plebiscito los derechos civiles de una minoría.
Tampoco actuaré como si necesitara una mayoría de votos de algún cuerpo eclesial para bendecir, ordenar, reconocer y celebrar las vidas y los dones de las personas gays y lesbianas en la vida de la Iglesia. Más aún, nadie me forzará nunca más a someter el derecho de ciudadanía en esta nación o de membresía en esta Iglesia Cristiana a la voluntad de una mayoría de votos.
La batalla tanto en nuestra cultura como en nuestra Iglesia por deshacernos de este prejuicio en extinción ha acabado. Ha surgido una nueva conciencia. Se ha tomado claramente una decisión. La desigualdad de las personas gays y lesbianas no volverá a ser una cuestión debatible ni en la Iglesia ni en el estado. Por lo tanto, de ahora en adelante me negaré a dignificar la continua expresión pública de prejuicios ignorantes entablando combate con ellos. No toleraré por más tiempo el racismo, ni el sexismo. De ahora en adelante, ya no voy a tolerar las variadas formas de homofobia de nuestra cultura. No me importará quién articula estas actitudes o quien intenta hacer que suenen santas con jerga religiosa.
He sido parte de este debate durante años, pero las cosas se resuelven y esta cuestión para mí está ahora resuelta. No discuto más con miembros de la “Asociación de la Tierra Plana”. No discuto más con gente que piensa que deberíamos tratar la epilepsia expulsando demonios de las personas epilépticas; no pierdo el tiempo entablando combates contra las opiniones médicas que sugieren que sangrar a un paciente puede curar una infección. No converso con gente que piensa que el huracán Katrina golpeó Nueva Orleans como castigo por el pecado de ser el lugar de nacimiento de Ellen DeGegeneres, o que los terroristas atacaron a los Estados Unidos el 11-S porque toleramos a las personas homosexuales, los abortos, el feminismo o la Unión Americana de Libertades Civiles. Estoy cansado de pasar vergüenza por tanta participación de mi Iglesia en causas que son bastante indignas del Cristo que yo sirvo o del Dios cuyo misterio y maravilla valoro cada día más. En realidad, siento que la Iglesia Cristiana debería no sólo disculparse, sino hacer pública penitencia por la forma como hemos tratado a la gente de color, a las mujeres, a los fieles de otras religiones y a aquellos a quienes denominamos herejes, tanto como a las personas gays y lesbianas.
La vida avanza. Como el poeta James Russell Lowell dijo una vez hace más de un siglo: “Las nuevas ocasiones enseñan nuevos deberes, el Tiempo hace arcaico lo grosero”. Ahora estoy preparado para declarar la victoria. De ahora en adelante lo asumiré y en ello viviré. No estoy dispuesto por más tiempo a debatir o discutir esto como si hubiera dos posiciones igualmente válidas en competencia. El tiempo de esa mentalidad simplemente se ha marchado para siempre.
Este es mi manifiesto y mi credo. Hoy lo proclamo. Invito a otros a unirse a mí en esta declaración pública. Creo que tal flujo público ayudará a limpiar tanto la Iglesia como esta nación de su propio pasado tergiversador. Restaurará la integridad y honor tanto de la Iglesia como del estado. Indicará que un nuevo día ha amanecido y que estamos dispuestos no solo a abrazarlo, sino también a gozarnos en él y a celebrarlo.

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